- Detalles
- Visitas: 48
Poemario - "Los nombres del viento"
Hay quien habla de tener dos almas. Hay quien habla más bien de luchas y contradicciones.
Pero a lo mejor la cuestión es comprender como nuestro espíritu se rebela contra las categorías, contra identidades construidas, impuestas e impostadas.
En este poemario se revela (y se rebela) una voz de mujer que convierte un mandil en el uniforme para desafiar los prejuicios, que revive referencias clásicas para evocar el cotidiano, que se entiende como independiente en interdependencia.
Que dedica su libertad ganada a fuego, contra viento y marea, para comprometerse con la belleza y el amor.
Paula Bouzas
«Me gusta el viento. No sé por qué, pero cuando camino contra el viento, parece que me borra cosas. Quiero decir: cosas que quiero borrar.»
Mario Benedetti, Primavera con una esquina rota
- Detalles
- Visitas: 458
Novela: "La casa de los prismas"
¿Cómo surgió la idea de mi novela?
El personaje que se negó a callarse y cómo dio vida a mi historia.
Hay lugares que no elegimos, pero que terminan definiéndonos.
Para mí ese lugar fue una cama en un hospital rodeado del bullicio de una ciudad desparramada junto al mar.
En aquella cama, que se llenaba de aire cada cierto tiempo a través de un extraño mecanismo, escuché su voz por primera vez.
Máxima Montenegro, Max para los amigos, no llegó con una presentación formal.
Simplemente apareció. Como si supiera que era el momento adecuado para hablarme.
En aquella sala el ritmo de los monitores marcaba el ritmo de mis pensamientos y en medio de esa soledad Max comenzó a tomar forma.
Una forma que luchaba por adquirir contornos sobre aquellas imágenes fantasmagóricas que surgían de la nada en mi mente desorientada bajo la enorme cicatriz que atravesaba mi cabeza desnuda.
Eran monstruos grises, peludos, que se agrandaban y se movían a cámara lenta.
Allí, con el dolor mitigado constantemente por los efectos de la morfina, Max empezó a hablarme de sus sueños y sus secretos y supe que no podía ignorarlo.
No sabía si algún día podría escribir su historia.
A pesar de la incertidumbre, siempre tuve el convencimiento de que yo iba a vivir, de que iba a luchar por recuperarme, a darlo todo para seguir viendo el brillo en los ojos color aceituna de mi niño grande, y los ojos glaucos del gran amor de mi vida.
Porque sí, es siempre la mirada la que va cargada de amor y magia.
Como la mirada de Max, esa chica rarita que cree en los milagros, en las hadas buenas y en el poder sanador de unas cookies de chocolate.
Aún hoy, cuando voy a hacer los controles de seguimiento al hospital, cuando puedo presentarme ante mi encantador neurocirujano con mi melena que ha vuelto a crecer, iluminada ahora por la luz de un barro con aroma de plantas, siento que Max está allí, esperándome en la misma silla azul junto a la ventana del cuarto piso.
Ese lugar, aunque asociado con el dolor, también fue donde encontré una voz que me ayudó a sanar.
Max no sólo nació allí, fue mi compañera en un momento en el que más lo necesitaba.